martes, 3 de febrero de 2015

LA POESÍA QUE NO ENTRA EN LA CABEZA



A veces los libros gruesos son demasiado elocuentes y resulta innecesario tomarse el tiempo para hablar de ellos. A veces no se pueden agregar grandes apuntes a ciertas escrituras que, de algún modo, contemplan una totalidad unívoca y avasallante. Quizás los poemarios extensos o intensos (yo prefiero entenderlos como libros de poesía) son inabarcables, rizomáticos o transversales para ciertos lectores; para muchos otros son en realidad incómodos. Sólo algunas obras, sobre todo las que provienen de poetas torales, logran ser admitidas en su integral complejidad y funcionalidad. Por ejemplo, los dos tomos de la poesía completa de Octavio Paz son revisados minuciosamente y comentados con interés y entusiasmo por una cofradía de críticos que hasta hoy resulta operativamente vigente. Pero, en otro ejemplo contrario y cercano, Delante de la luz cantan los pájaros de Marco Antonio Montes de Oca no corre con la misma suerte. Julio Trujillo afirma que para acercarse a estas 1181 páginas hay leer como si cada página fuera la primera. En efecto: Montes de Oca nunca abandona la perspectiva de su voz y actualiza su posicionamiento frente al lenguaje en un devenir de variaciones y valores. Trujillo afirma que se trata de la poesía “que sacrifica sus perímetros por la salud del centro, la que no se preocupa por dar en el blanco sino por vaciar el carcaj”[1].
            Pero aunque Trujillo felicita la aventura lingüística de Montes de Oca, sí reconoce implícitamente la preocupación por atinar al blanco y mostrar cierta precisión. De este modo, las poéticas consideradas del “despilfarro”, el chorreo o la grandilocuencia son miradas en general con recelo. ¿A caso no se pueden resumir las cuantiosas cuartillas en un poema vertical o, mejor aún, en unos cuantos versos de aguijón? La poesía, piensa mucha gente, se distingue por la síntesis, el cuidado expresivo y la mesura técnica. En el imaginario colectivo el exceso es para el novelista; la contención para el poeta. Este prejuicio lamentablemente se cumple la mayoría de las veces. A continuación algunos casos.
En el 2011 aparece Cuerpos (Práctica Mortal, CONACULTA) de Max Rojas que no representa el trabajo de una vida (como supone la edición de la poesía reunida de una personalidad literaria), sino la posibilidad o imposibilidad de escribir un único poema después de treinta años de silencio. Ese poema inabarcable sucede manteniendo sus mecánicas y mociones internas. El movimiento, como afirma su autor, no lo hace el escribiente sino la lógica poética que esboza las direcciones epistemológicas del sujeto. Nuevamente, ante esta máquina de escritura que sólo proyecta sin delinear, se apela a una preocupación formal. Manuel Iris, en una reseña titulada “poesía y desmesura” aclara: “La verdadera hazaña verbal de Max Rojas no ha sido escribir un poema de estas dimensiones, sino lograr que el poema no decaiga jamás”.[2] La empresa de Max, a mi juicio, va más allá de la pulcritud. Los 21 apartados que constituyen Cuerpos (de los cuales CONACULTA sólo ha publicado 6, cumpliendo parcialmente el contrato) apuntan hacia un vitalismo que queda rebasado por el término cíclico de la escritura. Cuerpos se suspende en un punto pero no termina nunca de escribirse. La hazaña está más en la ética que en la estética. Probablemente se trata del poema más largo en nuestro idioma.
Ese mismo año parece otro libro gigantesco que oscila entre las 800 páginas, La divina revelación (Aldus, 2011) de Héctor Hernández Montecinos, poeta chileno que radicó unos años en México y participó de lecturas y publicaciones. El libro, que es la trilogía de coma, guion y punto, desarrolla una vía mística y tripartita de varios lugares de encuentro: actitud, fuerza y lenguaje. En el libro se palpa la escritura, interescritura y reescritura en sucesivas marchas y alientos. Héctor es quizás el poeta más joven en Latinoamérica que ha recorrido la poesía del continente con verdadero compromiso y vocación. Se trata de esos libros peculiares donde el lector no puede permanecer indiferente y necesita establecer un posicionamiento. ¿Qué es lo que ha ocurrido a la fecha? Nadie o casi nadie lo reseña. Muchos se entusiasman pero no lo declaran o hablan con malicia y distancia. Caso contrario ocurre con el libro Zurita de Raúl Zurita (Aldus/UANL, 2012), quien escribe en la contraportada de La divina revelación “No hay en la lengua castellana alguien que antes de los treinta años haya llegado tan lejos como Héctor Hernández Montecinos”. Pese a ser él mismo quien reconoce los alcances del libro, pocos presentan una atenta u honesta mirada. Volviendo a la recepción de Zurita, este sí obtuvo un eco lo suficientemente robusto para abarrotar la Casa del Poeta el día de su presentación. Sin hablar de las ediciones chilena y española, para reseñar este libro aparecieron plumas como Ernesto Lumbreras o Jacobo Sefamí en Letras Libres. La razón de la paradoja, más allá de la filiación poética que pudiesen encontrarse entre los chilenos, se sustenta en la idea de “trayectoria”. Pero no trayectoria en el sentido de proceso creativo o líneas de escritura trazadas (cosa que ambos poetas realizan en progresión), sino como la mera consideración de un criterio cronológico.
Mención aparte merece Splendor (2.0.1.3. editorial et al., 2013) de Enrique Verástegui. Como lo he escrito en anteriores ocasiones, este libro fue uno de los más esperados en las últimas décadas y quizás sea una de las escrituras más visionarias en nuestra lengua. No lo digo sólo por los asuntos que le preocupan a su autor, o el tratamiento y la plasticidad que se observa en los textos, sino por las zonas limítrofes que tantea el libro: ensayo, matemáticas, legislación, historia, economía, teología, filosofía, etc. Todo eso es lo que bajo la mixtura de un saber artístico, científico y filosófico nos otorga la conformación de un sentido exorbitante de poesía, más allá del poema y su estructura semántica. Anteriormente conocido como Ética, esta pentagonía de 999 páginas incita a conformar una poética de la praxis y la multiplicidad (lo que en muchas academias se conoce como acciones trasdisciplinarias). Sin embargo, Splendor: epistemología y épica de la complejidad no ha traspasado la conversación y circunspección de unos cuantos lectores, la mayoría amigos de Enrique. A la fecha no hay ninguna reseña o ensayo en México (salvo el material que aparece en el libro) que brinde justicia a este tremendo tratado poético.
Ante esto, parece que el lector de poesía no logra acostumbrarse, por múltiples motivos (literario-formales o literario-políticos), a la asimilación de libros que rebasen ciertas expectativas y pautas cuantitativas. El poema en su sentido tradicional, como estructura normativa, sigue actuando como pivote en lo que a poesía respecta. Cierto es que varios aspectos formales han cedido a la libertad que exige la escritura de poesía: métrica y musicalidad se vuelven más laxas o maleables. A pesar de ello, la poesía que disponga de demasiados caracteres peligra en transformarse en verborrea. “Más vale quedarse cortos que irse de largo”. Quizás sea precisamente ese irse lo que hace valiente en sí a todas estas escrituras y totalmente diferentes sus hallazgos.

Manuel de J. Jiménez



[1] Cfr. http://www.letraslibres.com/revista/libros/delante-de-la-luz-cantan-los-pajaros
[2] Cfr. http://www.tierraadentro.conaculta.gob.mx/poesia-y-desmesura/